viernes, 12 de febrero de 2016

Elegía

                         A Ignacio Sánchez Mejías

          EL TORO DE LA MUERTE

     Antes de ser o estar en el bramido
     que la entraña vacuna conmociona,
     por el aire que el cuerno desmorona
     y el coletazo deja sin sentido;

     en el oscuro germen desceñido
     que dentro de la vaca proporciona
     los pulsos a la sangre que sazona
     la fiereza del toro no nacido;

     antes de no existir, antes de nada,
     se enhebraron un duro pensamiento
     las no floridas puntas de tu frente:

     Ser sombra armada contra luz armada,
     escarmiento mortal contra escarmiento,
     toro sin llanto contra el más valiente.

                    (Por el mar Negro un barco
                    va a Rumanía.
                    Por caminos sin agua
                    va tu agonía.
                    Verte y no verte.
                    Yo, lejos navegando,
                    tú, por la muerte.)

Las alas y las velas,
se han caído las alas,
se han cerrado las alas,
solo alas y velas resbalando por la inmovilidad crecida de los ríos,
alas por la tristeza doblada de los bosques,
en las huellas de un toro solitario bramando en las marismas,
alas revoladoras por el frío con punta de estocada en las llanuras,
solo las velas y alas muriéndose esta tarde.
Mariposas de rojo y amarillo sentenciadas a muerte,
parándose de luto,
golondrinas heladas fijas en los alambres,
gaviotas cayéndose en las jarcias,
jarcias sonando y arrastrando velas,
alas y velas fallecidas precisamente hoy.

Fue entonces cuando un toro intentó herir a una paloma,
fue cuando corrió un toro que rozó el ala de un canario,
fue cuando se fue el toro y un cuervo entonces dio la vuelta por tres veces al ruedo,
fue cuando volvió el toro llevándolo invisible y sin grito en la frente.

¡A mí, toro!

          (Verónicas, faroles,
          velas y alas.
          Yo en el mar, cuando el viento
          los apagaba.
          Yo, de viaje.
          Tú, dándole a la muerte
          tu último traje.)

          EL TORO DE LA MUERTE

Negro toro, nostálgico de heridas,
corneándole al agua sus paisajes,
revisándole cartas y equipajes
a los trenes que van a las corridas.

¿Qué sueñas en tus cuernos, qué escondidas
ansias les arrebolan los viajes,
qué sistemas de riegos y drenajes
ensayan en la mar tus embestidas?

Nostálgico de un hombre con espada,
de sangre femoral y de gangrena,
ni el mayoral ya puede detenerte.

Corre, toro, a la mar, embiste, nada,
y a un torero de espuma sal y arena,
ya que intentas herir, dale la muerte.

                    (Mueve el aire en los barcos
                    que hay en Sevilla,
                    en lugar de banderas,
                    dos banderillas.
                    Llegando a Roma, yo
                    vi de banderilleras
                    a las palomas.)

¡Para qué os quiero, pies, para que os quiero?
Los pies pisan la muerte,
poco a poco los pies andan pisando este camino
por donde viene acompañada o sola,
visible o invisible, lenta o veloz,
la muerte.
¿Para qué os quiero, pies, para qué os quiero?
Me va a coger la muerte en zapatillas,
no en zapatillas para el pie del baile,
no con tacón para esas tablas donde también
suele temblar la muerte con voz sorda de pozo,
voz de cueva o cisterna con un hombre que no se sabe si ahogado,
voz con tierra de ortigas y guitarra.

¿Para qué os quiero, pies, para qué os quiero?

Unos mueren de pie, ya con zapatos o alpargatas,
bien bajo el marco de una puerta o de una ventana,
también en medio de una calle con sol y hoyos abiertos, otros…

Me va a coger la muerte en zapatillas,
así, con medias rosas y zapatillas negras me va a matar la muerte.
¡Aire!

¿Para qué os quiero, pies, para qué os quiero?

                    (Por pies con viento y alas,
                    por pies salía
                    de las tablas Ignacio
                    Sánchez Mejías.
                    ¡Quién lo pensara
                    que por pies un torillo
                    lo entablerara!)

          EL TORO DE LA MUERTE

     Si ya contra las sombras movedizas
     de los calcáreos troncos impasibles,
     cautos proyectos turbios indecibles
     perfilas, pulimentas y agudizas;

     si entre el agua y la yerba escurridizas,
     la pezuña y el cuerno invisibles
     cambian los imposibles en posibles,
     haciendo el aire polvo y la luz trizas;

     si tanto oscuro crimen le desvela
     su sangre fija a tu pupila sola,
     insomne sobre el sueño del ganado;

     huye, toro tizón, humo y candela,
     que ardiendo de los cuernos a la cola,
     de la noche saldrás carbonizado.

          (En La Habana las sombras
          de las palmeras
          me abrieron abanicos
          y revoleras.
          Una mulata,
          dos pitones en punta
          bajo la bata.

          La rumba mueve cuernos,
          pases mortales,
          ojos de vaca y ronda
          de sementales.
          Las habaneras,
          sin saberlo, se mueven
          por gaoneras.

          Con Rodolfo Gaona,
          Sánchez Mejías
          se adornaba la muerte
          de alegorías:
          México, España,
          su sangre por los ruedos
          y una guadaña.

          Los indios mexicanos
          en El Toreo,
          de los ¡olés! se tiran
          al tiroteo.
          ¡Vivan las balas,
          los toros por las buenas
          y por las malas!

          Ya sus manos, Gaona,
          paradas, frías,
          te da desde la muerte
          Sánchez Mejías.
          Dale, Gaona,
          tus manos, y en sus manos,
          una corona.)

¿Qué sucede, qué pasa, qué va a pasar,
qué está pasando, sucediendo, qué pasa,
qué paso?

La muerte había sorbido agua turbia en los charcos que ya no son del mar,
pero que ellos se sienten junto al mar,
se había rozado y arañado contra los quicios negros de los túneles,
perforando los troncos de los árboles,
espantando el silencio de las larvas,
los ojos de las orugas,
intentando pasar exactamente por el centro a una hoja, herir, herir el aire del espacio de dos piernas corriendo.
La muerte mucho antes de nacer había pensado todo esto.
Me buscas como al río que te dejaba sorber sus paisajes, como a la ola tonta que se acercaba a ti sin comprender quién eras]
para que tú la cornearas.
Me buscas como a un montón de arena donde escarbar un hoyo,
sabiendo que en el fondo no vas a encontrar agua,
no vas a encontrar agua,
nunca jamás tú vas a encontrar agua,
sino sangre,
no agua,
jamás,
nunca.

No hay reloj,
no hay ya tiempo,
no existe ya reloj que quiera darme tiempo a salir de la muerte.

               (Una barca perdida
               con un torero,
               y un reloj que detiene
               su minutero.
               Vivas y mueras,
               rotos bajo el estribo
               de las barreras.)

          EL TORO DE LA MUERTE

     Al fin diste a tu duro pensamiento
     forma mortal de lumbre derribada,
     cancelando con sangre iluminada
     la gloria de una luz en movimiento.

     ¡Qué ceguedad, qué desvanecimiento
     de toro, despeñándose en la nada,
     si no hubiera tu frente desarmada
     visto antes de nacer su previo intento!

     Mas clavaste por fin bajo el estribo,
     con puntas de rencor tintas en ira,
     tu oscuridad, hasta empalidecerte.

     Pero luego te vi, sombra en derribo,
     llevarte como un toro de mentira,
     tarde abajo, las mulas de la muerte.

                    (Noche de agosto arriba
                    va un ganadero,
                    sin riendas, sin estribos
                    y sin sombrero.
                    Decapitados,
                    toros negros, canelas
                    y colorados.)

Se va a salir el río y ya no veré nunca el temblor de los juncos,
va a rebosar el río paralizando el choque de las cañas,
desplazando como una irresistible geografía de sangre que volverá los montes nuevas islas,
los bosques nuevas islas,
inalcanzables islas cercadas de flotantes tumbas de toros muertos,
de empinados cadáveres de toros,
rápidas colas rígidas que abrirán remolinos,
lentos y coagulados remolinos que no permitirán este descenso,
este definitivo descenso necesario que le exigen a uno
cuando ya el cuerpo no es capaz de oponerse a la atracción del fondo
y pesa menos que el agua.

Desvíeme esos toros,
mire que voy bajando favorecido irremediablemente por el viento,
tuérzale el cuello al rumbo de esa roja avalancha de toros que le empujan,
déjeme toda el agua,
le pido que me deje para mí solo toda el agua,
agua libre,
río libre,
porque usted ya está viendo, amigo, cómo voy,
porque usted, viejo amigo, está ya comprendiendo adónde voy,
ya estás, amigo, estás olvidándote casi adónde voy,
amigo, estás, amigo…

Había olvidado ahora que le hablaba de usted, no de tú, desde siempre.

               (—¿De dónde viene, diga,
               de dónde viene,
               que ni el agua del río
               ya le sostiene?
               —Voy navegando,
               también muerto, a la isla
               de San Fernando.)

          DOS ARENAS

     Dos arenas con sangre, separadas,
     con sangre tuya al son de dos arenas
     me quemarán, me clavarán espadas.

     Desunidas, las dos vendrán a unirse,
     corriendo en una sola por mis venas,
     dentro de mí para sobrevivirse.

     La sangre de tu muerte y la otra, viva,
     la que fuera de ti bebió este ruedo,
     gloriosamente en unidad activa,

     moverán lunas, vientos, tierras, mares,
     como estoques unidos contra el miedo:
     la sangre de tu muerte en Manzanares,
     la sangre de tu vida
     por la arena de México absorbida.

                    (Verte y no verte.
                    Yo, lejos navegando;
                    tú, por la muerte.)

Plaza de toros El Toreo
México, 13 de Agosto de 1935

Rafael Alberti: Verte y no verte (1935)

Versións:
Mikaela: Verte y no verte; Canta poesías de Rafael Alberti; 1970; Pista 3



Ángel Corpa: Verte y no verte; Canta a Rafael Alberti. Verte y no verte; 2004; Pista 15

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