miércoles, 8 de junio de 2016

Carta bajo la lluvia

Es increíble cómo se regresa,
se vuelve atravesando las derrotas.
Ciertas espinas queman,
                                        ciertos pasos
nos pisan las palabras en la proa.

Yo sé que tú,
                        que yo,
que los que entienden
llevan la boca sola
                                y quieren
y no pueden trasladarse
al centro de la pena de los otros,
al adarme de sombra, a las regiones
donde la gente cae y se destroza.

Sé, pero tú también
                                y caminamos
empujados de sueños,
                                    caminamos
por nuestra biografía silenciosa
con la chispa rebelde de los ojos
sobrevivida, intacta, memoriosa.

Porque tú, sostenida de jazmines,
levantada en mi voz como una historia
que ya sabía de antes,
                                    tú que apenas
eras leve viajera de mis horas,
ya me has dicho la fecha de tu nombre,
tu destinado día entre las olas
y tengo que inventarte profesías,
signos, para que lleguen tus palomas.

Tengo que destinarte.
                                    No podría
rozar tu soledad.
                            Nunca he podido
ausentarme de nadie sin decirle
en qué rincón espera la alegría.

Cuando lo olvido, vuelvo.
                                        Nunca dejo
palabras sin decir.
                                Nunca he podido.
Tengo que ser tu arquero. Dispararte.
Malherirte la noche en las pupilas.

Es increíble cómo se regresa
a continuar, a sostener el día.

Y sí, queda el invierno
                                    y ese puño
y el polvo triturado de cuchillos.
Las cosas llueven, llueven,
                                            se acumulan
en estos hombros de cargar la vida,
porque es cierto hasta el llanto que se sufre
pero también es cierto que se olvida,
que uno se pone gente y va con ella
hasta besarle cada despedida,
que uno se inventa rumbos y no sabe,
que uno llega y comienza otra partida.

Queda, oscuramente queda, camarada
                                                                y llueve
pero existo y voy contigo
ahora no me importa hasta que trecho,
ni qué distancia somos,
                                        vas conmigo
rozando mi canción con tu silencio
pero tal vez ya somos el camino.

Y sí, queda el invierno,
                                    pero es hondo
transitarlo cuchillo por cuchillo.

Claro que es un milagro.
                                        Y un milagro
es lo más natural: no te imaginas
cómo las cosas simples tienen duendes
doblando y desdoblándoles la orilla
—el viento que te envuelve lleva el polen
que inundará la flor de astrologías—.
Ya se que tú lo sabes, pero es hondo
agregarte milagro a la sonrisa.

En realidad, los dedos del milagro
hilaron mi canción con tu gemido.
El polen de tu pena espera el día.
Cuando amanezca, ya serás sonido.

Armando Tejada Gómez: Historia de tu ausencia* (1985)

Versións:
Armando Tejada Gómez e Moncho Mieres: Crónica de la lluvia; Cantoral de mi país al sur; 1966; Cara B, Corte 3.



*[Éste poema e outros máis pertencentes a este traballo aparecen recollidos como capítulo independente dentro da obra de Armando Tejada Gómez: Profeta en su tierra, do ano 1968.]
**[Por razóns de espazo nunha entrada anterior etiquetouse a Armando Tejada Gómez, intérprete, como Tejada. Respectamos a etiqueta anterior para evitar duplicidades.]

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