jueves, 16 de junio de 2016

Historia de tu ausencia

                        1
Este país del sol
                        esta ranura
de mirarse en lo alto y de mirarnos
nos conoció el amor cuando lo hallamos
disperso entre los hechos,
                                      manoseado
como un triste apetito,
                                como un roce,
un menester del lecho,
                                 una palabra,
roto por el gemido en el tumulto,
profeta solitario de las calles.

Y éste era el viejo amor,
                                   éste era el rito
que levantó la piedra y besó el pámpano,
ésta fue la heredad de los pastores
fundadores de Dios y de las tablas;
éste pulso de mí,
                         estas canciones
antiguas de cantar,
                            esta labranza
de un solo idioma y una sola fecha
era el amor.
                  Y nadie lo encontraba.
Y yo lo vi pasar como un sollozo,
como un cántaro seco,
                                  como un agua
inútil de golpearse entre las rocas,
devastarse, caer y devastarse;
lo vi por las ciudades,
                               por las ropas
con un árido sexo arrebujado
y tan exiguo de su sed primera,
tan caído a la cal,
                          tan horadado,
que no supe qué hacer con mi caricia,
mi entraña germinal,
                              mi niño extraño:
no supe y regresé,
                           volví al comienzo
de cada soledad,
                         abandonado.

Regresé a desandar al hombre,
                                             el vino
donde la tarde afila su navaja,
a releer las cartas malheridas
de adiós, de nunca,
                             de escribir distancias
y ya nadie sabía:
                        era tan lejos,
tan al cubo del tiempo y olvidado
que no tuve si no cierta memoria,
cierta bujía obsesa de la sangre
que me puso la voz como de luna,
como de junco azul,
                              como de aldaba
puesta a llamar al grito hasta lo hondo,
puesta a golpear al norte mi garganta.

Y entonces tú.
                     Entonces me creciste
de un eco dulce que en la fe llevaba.
Yo te besé en la luz,
                             donde se besan
la madera, los pájaros y el agua,
porque era necesario que tuvieras
un clima donde andar con tu milagro,
una lluvia de júbilo a tu diestra
y un badajo de sol por las mañanas.
Era tan necesario darte espacio,
                                              lugar en la canción,
sitio en el alba,
mientras yo hilaba mi canción agreste
con el viento que hilaba tu costado.

Por eso fue distinto,
                             parecía
que el río te llevaba de la mano
para que hasta la sal te conociera
antes de ser espuma entre las aguas.
Ibas hacia la noche como el día
con un paso apagado y otro en llamas,
lenta de tu misterio,
                             promovida
por un rumor de niños y campanas.

Y hubo que hacer de nuevo cada cosa:
la minuciosa flor, la lluvia;
                                    tanto
que llegada al amor no fue posible
penetrar en lo muerto y olvidarte,
porque tú,
               fundadora, regresabas
hasta habitar mi voz con tu imbatible
diapasón de nacer,
                            prieto en la carne;
propagadora de la miel del mundo,
llegaste a mi canción con tu rescate
y en realidad fue nueva cada cosa
a partir de la luna en que llegaste.
Aquí,
        bajo la luz,
                      dije tu nombre,
tu sílaba de música,
                              tu fiesta
y luego lo supieron los racimos,
los niños, las canciones y la tierra.

                        2
Si ahora digo amor tal vez no diga
que la ausencia me mira del fondo de tus ojos,
que aquí estuvimos juntos,
                                      que fue hermoso
y que el sol conocía tu perfil de memoria.
Tal vez sea imposible que alguien sepa lo claro,
lo luz que fue llevarte de la mano pequeña
como a un tallo mecido por un viento de música
hacia los territorios donde aguarda el silencio.

Y ya que estás distante,
                                   que pensarán los árboles,
qué dirán las canciones,
cómo verá la noche mi soledad de ríos;
dónde pondrán su ronda los niños de la tarde,
adónde irán los pájaros sin tu risa y mi silbo
y la calle tan sola con sus puertas inútiles
y las sombras sin besos
                                   y los perros perdidos;
ahora que la ausencia me interrumpe la boca,
ahora que me esperas tan allá de los niños.

Se nos ha muerto el año.
                                    Yo le veo el invierno
hecho de un solo frío,
                               de un solo tajo solo
a la mitad de agosto,
                              de una dura distancia
larga, definitiva.
Porque de pronto sobran los barcos,
                                                   los andenes
y de pronto este rumbo ya no tiene sentido
como si nadie fuera hacia ninguna parte
o alguien hubiera muerto a mitad de camino.

Alguien.
            Mi voz. Tu pelo. Las cosas que no dije.
La flor de tu vestido.
Se nos ha muerto el año donde dejé tu nombre
para que recobrara su condición de estío.

Ya no sé,
              nunca entiendo estas precarias sílabas,
cosas que no recuerdo de pronto me dominan:
te dije que tenías la piel como de humo?
que de estarme en tus ojos me conozco el origen?
te he enseñado el misterio de los árboles solos?
sabes ya que tus manos son dos siestas dormidas?

No sé,
          nunca recuerdo tanta distancia,
                                                     tanta
canción que no he cantado cuando anduvimos juntos
Me dolería mucho no haberte dicho todo
lo que llevo en la boca casi como otra risa.

                        3
Cómo harás para andar sin esta sangre,
este zumo de ti,
                       esta madera
que te llenó el navío de rescate
cuando el naufragio tuyo por la tierra;
pienso que no andarás sobre las aguas
con el milagro del amor a cuestas,
que cada rosa morirá en su aroma
vencida por su muerte tan pequeña.

Te va a sobrar el día,
                              la mañana
izará sus palomas a tu puerta,
irrumpirá acústica y sinfónica
por todos los olvidos de tu ausencia.
Te va a sobrar la voz,
                               ese sonido
donde gira la música su rueca
y has de encontrar calladas las guitarras,
mordidas de silencio en las caderas.

Qué harás con esta noche,
                                       con el grillo
picapedrero de su piedra negra,
con su viento a oscuras; sus relojes
ajenos a tu pulso y a tu pena.
Tú la verás llegar por la ventana,
por tu pupila lúcida y desierta
donde antes residían mis pupilas
como luz en la luz,
                            verás que llega
y que no trae ese lucero tuyo
para que yo lo encienda y tú lo enciendas.

Te caerá a la piel su junco roto
con la luna partida por las trenzas.

Cómo te costará asumir el año
qué castigo,
                  que látigo septiembre
con su tumulto por los tiernos sauces
y su estallido de panteras verdes.
Tú lo verás girar en su dulzura
de jubilosa azúcar por tus sienes,
su hoguera vegetal en tu cintura
y su inmisericorde flor en celo;
le verás esa furia que tenían
mis labios milenarios en tu cuello,
te dolerá el color como una espada
de fuego y tú, de fuego y yo,
                                        de fuego,
pero de golpe extraño, innecesario:
de pura ausencia sobre pura arena.

Cómo harás para andar sin nuestra sangre,
sin nuestro corazón,
                              sin nuestra huella;
te va a sobrar el cielo, amor, los pasos
con los que regresabas de la estrella,
porque a mí ya me sobran las palomas
como te sobra a tí la primavera.

                        4
Amor,
          yo vine de un puñado rojo,
de maltratada gente que conoces
porque ya te mostré como sonríen,
cómo esperan a diario

                                 y me construyen
este arduo diapasón, estos dos flancos
de avanzar y crecer y de construirnos.


Vengo de conocerlos en lo oscuro,
en cada frustración llena de estragos,
en donde un día concibió mi padre
su memoria de vuelta en mi garganta
cuando yo no era más que su fatiga,
apenas su pupila,

                          apenas aire
y él juntaba las voces andariegas,
iba entre sus amigos relatándome,
soñándome cuando decía: espero
o cuando sin decirlo me esperaba.


Y las calles lo saben,
                               he subido
muy lentamente hasta mi rostro,
                                              saben
que esta palabra de sufrir tu nombre
ha sido repetida por mis pasos;
que no me pertenece sino el rumbo
y acaso la alegría de tus manos,
pero que lo demás es de mi gente
transitadora de su aliento largo
y que aún este amor que ahora pone
su caricia frutal sobre mis labios,
yo lo aprendí de ese puñado rojo
de donde vengo con el grito en alto.


Ya no puedo volver.
                            Es imposible
porque no existo atrás sino adelante
y este camino no regresa nunca,

                                               va, simplemente,
como la distancia
hacia el carozo azul del horizonte
donde me aguarda el hombre y su esperanza.
Y mi gente lo sabe.

                            Lleva siglos
de hacer este camino andando,

                                            andando
y uno entiende que ya comienza el viaje,
que hay que partir,

                           que es hora,
                                           que este paso
de inexorable andar no muere en uno,
no termina mañana,

                              no descansa
y es hermoso saber que llegaremos
crecidos de país,

                         multiplicados.

Amor,
          me quedo sin decir tu nombre
porque tendría que inventar palabras
para que lo comprendan las palomas,
la miel,

           la uva, terminada en marzo.

Tú no te vas de mí.
                            Ahora quedas
incorporada a mi silencio diario.
Toda vez que me mire la alegría
subirá tu presencia hasta mis labios:
definitivamente mi sonrisa
te traerá a la luz desde mi sangre.


Tal vez le diga a alguien que has estado
—no sé qué tiempo,

                              nunca sabré cuánto—
junto a mis soledades tumultuosas
llenándome de coplas la guitarra.


Si alguien te preguntara cómo entiendo
la vida y el amor, has de decirle
que no creo en la muerte,

                                     que hace mucho
salí a besar la frente de los niños.


Armando Tejada Gómez: Historia de tu ausencia* (1985)

Versións:
Armando Tejada Gómez e Moncho Mieres: Historia de tu ausencia; Cantoral de mi país al sur; 1966; Cara B, Corte 2



Armando Tejada Gómez: Segunda historia de tu ausencia; Lado 1, Corte 1



Primera historia de tu ausencia; Lado 1, Corte 3



Tercera historia de tu ausencia; Lado 1, Corte 5



Cuarta historia de tu ausencia; Historia de tu ausencia; 1986; Lado 2, Corte 7



*[Éste poema e outros máis pertencentes a este traballo aparecen recollidos como capítulo independente dentro da obra de Armando Tejada Gómez: Profeta en su tierra, do ano 1968.]
**[Por razóns de espazo nunha entrada anterior etiquetouse a Armando Tejada Gómez, intérprete, como Tejada. Respectamos a etiqueta anterior para evitar duplicidades.]

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