domingo, 5 de junio de 2016

Memoria del grillo

Yo, simplemente, vine a nutrirme de asombro.
En mi niñez recuerdo, me anegaba lo bello
como un agua sencilla. Ni siquiera recuerdo
cuándo dolió primero esta sangre que llevo.
No hay una fecha exacta de mi arribo al espanto.
Entraba a los misterios como Juan por su casa
y andaba enloquecido de tanta maravilla.
Todo esto sucedía de manera inocente.
No escuchaba el crujido, las roturas del día
ni el dolor de los árboles gastados por el viento.
Simplemente crecía con la simple opulencia
de un fruto en el verano. Ni siquiera sabía
que lo hermoso era hermoso: mi padre inaccesible
con su sombra gigante, mi voz, que no sonaba aún
sino por dentro. El aroma regazo que envolvía a mi madre.
Era como el reverso de la muerte y el grito.
Andaba por la vida húmedo de milagro.

No digo que recuerdo, pero mi país era
casi de un verde siempre. Por dónde uno anduviera
lo seguían los árboles. Un canal rumoroso lo partía en el medio
y luego se perdía por los cañaverales.
Mi país era bueno, loco de puro grillo,
lleno de sol, maduro, con sus lentos caballos.
El agua, madre y greda, verde de yerba mota,
nos lavaba el racimo de las uvas moradas.
Jugábamos al río con el canal crecido,
robábamos duraznos de corazón dorado,
hacíamos fogatas altas como nosotros
y esperábamos siempre que sucediera algo.
Allí supe que puede suceder lo increíble
apenas uno quiera penetrar y habitarlo
y sólo estar y estarse padeciendo el misterio
quietecito, en silencio: sometido al silencio
potente de la sangre.

De esa verde memoria es que conozco el llanto.

Traía un pan enorme. Detrás de mí, la tarde
se iba quedando pálida. Entré en el callejón
desenredando un silbo que quería aprender
y que no había caso. Fue cuando abrí la puerta
que el llanto se me vino. La casa estaba llena
de ese clamor extraño. Nadie me vio. Era el grito.
Su primer estallido. Mi madre como un trapo
con el rostro en las manos. Mis hermanos, el perro,
la soledad más terca y el miedo, el lento miedo
cavando en mi garganta: de golpe el llanto crudo,
su jauría en mi casa. ¡Papá!, grité, ya herido
por el miedo y el grito. Y me volví a buscarlo
sin saber que lloraba.

Cuando entré al callejón la tarde ya era vieja.
Yo corría aterrado en busca de mi padre.

Después regresé al llanto, solo como el olvido
y un gran rito de sombras me aguardaba en la casa.

Armando Tejada Gómez: Luz de entonces* (1963)

Versións:
Armando Tejada Gómez e Moncho Mieres: Memoria del grillo; Cantoral de mi país al sur; 1966; Cara A, Corte 2



*[Inédita. Aparece incluida como un capítulo independente dentro da obra Profeta en su tierra, do ano 1968. O poema aparece prosificado na obra Amanecer bajo los puentes, do ano 1971.]
**[Por razóns de espazo nunha entrada anterior etiquetouse a Armando Tejada Gómez, intérprete, como Tejada. Respectamos a etiqueta anterior para evitar duplicidades.]

No hay comentarios :

Publicar un comentario